sábado, 10 de noviembre de 2012

La "rainbow nation" vs. el patriarcado blanco heterosexual: las evoluciones sociales y demográficas juegan a favor de la coalición demócrata.


El presente artículo no tiene por objeto defender las propuestas del partido demócrata, ni evaluar el magro desempeño de Barack Obama en algunos ámbitos en los últimos cuatro años, ni señalar las promesas de campaña de 2008 abandonadas a medio camino, sino procurar entender la composición del electorado demócrata que le garantizó a Obama la reelección. Lo que salta a la vista al analizar los resultados de las elecciones presidenciales del pasado martes es la diversidad del electorado demócrata y la relativa uniformidad del electorado republicano.

Una alianza intergeneracional
El presidente obtuvo uno de sus mejores resultados entre los jóvenes. Los menores de 30 años le otorgaron 60% de sus votos, casi diez puntos más que su promedio nacional. Por el contrario, Mitt Romney obtuvo su votación más alta entre los mayores de 65 años, con el 56% de los votos, resultado que da la imagen de un partido arcaico, enquistado en el pasado. Esta elección acentuó la fractura política entre, por un lado, los millennials, las generaciones que empezaron a llegar a los 18 años a partir de 2000, y por otro, los baby-boomers y las generaciones más ancianas. El electorado joven es más urbano, más abierto, más sensible a los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales, a las temáticas ecologistas y al modelo multicultural, temáticas por las que el partido republicano jamás ha mostrado el más mínimo interés. Los jóvenes son también más diversos y menos blancos (el peso de las minorías étnicas, ampliamente favorables a los demócratas, es mayor que en el resto de la población, cf. infra), mientras que la generación del baby-boom y la generación anterior son en cambio más uniformemente blancas y tienen una visión más tradicional del país.

Una alianza de género
Obama perdió entre los hombres, pero ganó de largo entre las mujeres, sector mayoritario del electorado (53% de los votantes), con una ventaja de 11 puntos frente a Romney. Es lo que señalaban las encuestas, a pesar de que algunas parecían indicar en las últimas semanas que tal vez Romney podía cerrar la brecha. El resultado no debe sorprender. El partido republicano adoptó una posición radical en contra de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Esto se cristalizó en la convención del partido republicano en Tampa, cuando se decidió impulsar una reforma constitucional para prohibir el aborto en todos los casos, sin excepción, anulando la sentencia de la Corte Suprema de Justicia en el caso Roe vs. Wade de 1973 (sentencia por la cual se obligó a todos los estados de la Unión que aún no lo habían hecho a despenalizar el aborto en todos los casos). Romney incluso dijo que estaría encantado de firmar una ley que dejara sin efecto dicha sentencia.

En las últimas semanas de campaña, al ver el persistente retraso que acumulaba entre las mujeres, Romney intentó moderar su discurso diciendo que en realidad no quería criminalizar el aborto en los casos más graves (violación, incesto, peligro para la vida de la madre). Esta declaración no surtió ningún efecto positivo: el mal ya estaba hecho y además sus vaivenes programáticos mermaron su credibilidad. Por lo demás, mientras se esforzaba por ocultar su hostilidad hacia las mujeres, candidatos republicanos al senado aupados por el Tea Party hicieron declaraciones que encerraron al partido republicano en la imagen de un partido machista y enemigo de los derechos de las mujeres: Todd Akin, en Missouri, dijo que existían “violaciones legítimas”, y Richard Mourdock en Indiana explicaba que los embarazos frutos de una violación eran “la voluntad de Dios”. Ambos perdieron frente a sus rivales demócratas por un margen superior a 15 puntos para el primero y a 5 puntos para el segundo.

En este contexto, era lógico que Obama, en una campaña en la que insistió sobre el fomento a las oportunidades económicas para las mujeres, el acceso de estas al sistema de salud y la defensa de sus derechos sexuales y reproductivos, consolidara su ventaja entre las mujeres, que le otorgaron su voto en un 55%. Los resultados entre las mujeres jóvenes, las universitarias, y las mujeres no casadas fue aún mayor: dos tercios de este grupo apoyó al presidente.

Obama también logró sus mejores resultados en la comunidad LGBT, donde obtuvo las tres cuartas partes de los votos. Se trata de un fragmento importante del electorado (5% de los votos), sobre todo en una elección tan reñida. El respaldo que Obama dio al matrimonio igualitario en mayo y la defensa de los derechos de la comunidad LGBT que asumió el partido demócrata, que presentó además varios candidatos homosexuales a la Cámara de Representantes y al Senado, crearon las condiciones para una amplísima victoria del presidente entre las minorías sexuales, frente al discurso homofóbico de los republicanos.

Una alianza multiétnica
Pero el triunfo del presidente fue contundente no sólo en las minorías sexuales, sino también en las minorías étnicas. Obama perdió entre los blancos, pero es un sector del electorado que ha retrocedido (del 74 al 72% del total de votantes), mientras obtuvo una clamorosa victoria en las minorías étnicas (más del 80% de los votos), un fragmento del electorado en plena expansión.

Obama retrocedió en los dos grupos en los que había obtenido sus mejores resultados en el electorado blanco en 2008: los blancos con educación universitaria y los blue collar workers blancos (básicamente trabajadores de la industria). Sin embargo, el presidente obtuvo suficientes votos en estos sectores para ganar, sobre todo en los swing states donde el peso demográfico de las minorías étnicas es anécdótico, como Virginia y Ohio. Este último ejemplo es emblemático. En este estado, la campaña de Obama insistió sobre el rescate que su gobierno ofreció al sector automotriz para salvarlo de la crisis, un sector clave en la economía de varios estados del Midwest, como  Michigan, Illinois y Ohio. Por el contrario, en su momento, Romney se opuso al plan y llegó a decir que prefería dejar quebrar a Detroit. Su oposición no se debía a su filosofía económica (dejar que quiebren las empresas ineficientes), sino a su hostilidad congénita a cualquier atisbo de organización laboral: no más industria automotriz en el Midwest, no más mano de obra organizada en poderosos sindicatos. Su posición, empero, le costó caro. Concretamente, le costó el estado de Ohio. Obama aprovechó al máximo su diferencia con Romney en este terreno, y su campaña en ese sentido le aseguró la victoria en este codiciado estado.

Sin embargo, a nivel nacional, Romney ganó entre los blancos, pero existe un desequilibrio regional que permite precisar este resultado. Obama se mantiene en un nivel más que aceptable entre los blancos que no son del Deep South (47%), pero queda lejos detrás de su contrincante entre los blancos sureños, con un magro 27% (¡veinte puntos menos que su promedio en el resto del país!). En otras palabras, la debilidad del partido demócrata no son los blancos, son, antes que nada, los blancos del Sur.

Desde que los demócratas salieron en defensa de la lucha por los derechos cívicos de los afroamericanos en los años 60, los republicanos han explotado el miedo hacia los afros de los electores blancos conservadores del sur para ganar votos. Lamentablemente para ellos, el voto blanco ya no basta para llegar a la Casa Blanca. El discurso racista de los republicanos, especialmente en el sur, ha causado enorme resentimiento entre los electores afroamericanos, que desde hace décadas votan masivamente por los demócratas. En esta elección, Obama obtuvo el respaldo de 93% de los afros, que representan el 13% del electorado, es decir la principal minoría entre los electores (aunque sean la segunda del punto de vista demográfico, detrás de los latinos, que tienen mayor tendencia a la abstención). Obama perdió en el Deep South, pero arrasó con todo en los condados rurales de las orillas del Mississippi, donde hay una gran presencia afro. Ganó además en ciudades con una importante población negra como Saint-Louis, Nueva Orleans o Chicago.

La comunidad hispana es la minoría de crecimiento más rápido en Estados Unidos y llegó a representar el 10% del electorado en las elecciones del martes, un récord en la historia del país. La identificación del electorado hispano con el partido demócrata se ha acentuado en los últimos treinta años, a pesar de la reforma migratoria muy liberal que aprobó Reagan en 1986 y que permitió la legalización de millones de inmigrantes latinoamericanos. Pero esta tendencia se ha acelerado desde la presidencia de George W. Bush, quien espantó a los latinos con sus restrictivas políticas migratorias. A esto se añadió la infame ley migratoria de Arizona, adoptada en el 2010. La campaña de Romney profundizó el divorcio entre los republicanos y el electorado latino. Romney dijo que la ley de Arizona era un ejemplo para todo el país y recomendó a los inmigrantes clandestinos auto-deportarse. Por supuesto, los electores latinos son ciudadanos estadounidenses y, por ende, no inmigrantes indocumentados, pero perciben el discurso republicano contra la inmigración como un ataque hacia toda la comunidad hispana. Muchos son, además, hijos de inmigrantes clandestinos, especialmente los electores más jóvenes, o tienen familiares y amigos, o por lo menos parientes de parientes y amigos de amigos, que se encuentran en situación irregular. En este contexto, Obama logró 71% de los votos hispanos, resultado superior incluso al de 2008. El apoyo latino fue decisivo para ganar en estados como Nevada, Nuevo México, Colorado y Florida.

La exacerbación del subconsciente racista de una parte de los Estados Unidos por parte del partido republicano llevó a la minoría asiática a apoyar con amplísimo margen al presidente, con el 73% de los votos. Obama también fue respaldado con el 58% de los votos de los judíos, un excelente resultado, a pesar de que representa un retroceso de diez puntos en relación a 2008 y a pesar de las crecientes fricciones entre Obama y Netanyahu. La comunidad judía representa un electorado más urbano y más cosmopolita que la media, y por lo tanto más favorable al partido demócrata.

Si se suman los excelentes resultados del presidente entre los afros, los latinos y los asiáticos, se descubre que un poco menos de la mitad de los electores de Obama, un 42%, pertenecen a las minorías étnicas, que representan, en cambio, un fragmento residual del electorado republicano.

Características transversales de la coalición
Obama ganó de largo también el electorado urbano (62%), donde justamente se concentran los jóvenes, las minorías sexuales y las minorías étnicas. Su victoria en varios swing states como Ohio, Colorado y Florida, se debe a los excelentes resultados que obtuvo en las grandes ciudades (Cincinnati y Cleveland en Ohio; Denver en Colorado; Orlando, Tampa, y sobre todo Fort Lauderdale y Miami en Florida). Incluso en los estados en los que perdió, ganó en las grandes ciudades. En Texas, por ejemplo, se impuso con dificultad en Houston, pero con un margen más importante en Dallas, Austin, San Antonio y El Paso. Los resultados obtenidos por Obama en algunas ciudades parecen genuinamente soviéticos: 74% en Denver y en Chicago, 83% en el centro de Saint Louis, 83% en San Francisco, 85% en Philadelphia y 91% en Washington D.C.

Obama también ganó en las clases más desfavorecidas, donde las minorías étnicas están sobrerepresentadas, que se beneficiaron del Obamacare y consideraban injusta la propuesta de los republicanos de bajar aún más los impuestos de los más ricos. En este sector entran además los blue collar workers, muchos de los cuales lograron mantener su puesto de trabajo gracias al salvataje de la industria automotriz auspiciado por Obama (cf. supra). El presidente ganó entre las familias en las que por lo menos un miembro pertenece a un sindicato, frente al discurso republicano hostil a cualquier atisbo de organización laboral, la negociación colectiva, los funcionarios y los servicios públicos (recordemos la polémica ley por la que Scott Walker, gobernador republicano de Wisconsin, restringió drásticamente las posibilidades de negociación colectiva de los empleados públicos en 2011).

A pesar de las profundas decepciones que representó para todos estos sectores la primera presidencia de Obama, arriesgarse a llevar a Romney al poder era suicida. Obama debe entonces su victoria a los jóvenes, las mujeres, las minorías sexuales y las minorías étnicas, una variopinta alianza intergeneracional, de género y multiétnica que recuerda a la rainbow nation de Sudáfrica. No existe, por lo tanto, un elector arquetípico de Obama.

Conclusión
Un resultado final tan apretado ha llevado a algunos republicanos a pensar que la derrota se debe a detalles coyunturales (la eficiencia de la propaganda de Obama a la que la propaganda republicana no logró responder de manera adecuada, un candidato mediocre, la actuación del presidente en el huracán Sandy, que opacó la campaña de Romney, alguna declaración desafortunada del candidato presidencial o de los candidatos al senado por el partido republicano, etc.). Pero la explicación de la derrota responde a causas estructurales que revelan la incapacidad del partido republicano para entender a la sociedad estadounidense moderna. Nunca el partido republicano pareció estar tan lejos de las mujeres, los jóvenes, las minorías sexuales y étnicas, los más pobres, en pocas palabras, de los tradicionalmente excluidos por el patriarcado blanco, de quien el partido republicano parece ser hoy el mayor adalid. La estrategia republicana que consistía en buscar a toda costa el voto blanco, sin preocuparse de los demás sectores del país, o incluso estigmatizándolos, está a todas luces en completo desfase con las evoluciones demográficas de los Estados Unidos. Si Obama no tiene un elector arquetípico, Romney sí lo tiene: es un hombre blanco heterosexual casado, maduro o mayor de 65 años, muy religioso, de preferencia evangélico, solvente del punto de vista financiero, que vive en los suburbios residenciales de las grandes ciudades o en zonas rurales.

El castigo electoral fue particularmente severo para los representantes del Tea Party: a las derrotas anteriormente mencionadas de Richard Mourdock y Todd Akin en dos estados conservadores donde la elección parecía jugada de antemano, se suman la de Scott Brown (senador de Massachussetts electo en 2010 con el apoyo del Tea Party, aunque luego moderó su discurso) y las de Allen West en Florida y Joe Walsh en Illinois (que habrán servido como representantes por un breve periodo de dos años). En cuanto a Michele Bachmann, miembro emblemático del Tea Party, fundadora del Tea Party Caucus en la Cámara de representantes, precandidata presidencial en las primarias republicanas de este año, conservó su escaño tras una agónica victoria en su circunscripción de Minnesota.

Por el contrario, el partido demócrata nunca pareció estar tan acorde con la sociedad estadounidense. Por primera vez, en la bancada demócrata de la Cámara de representantes, los hombres blancos serán minoritarios (47%). La mayoría serán mujeres, entre las cuales hay dos budistas (las primeras en la historia de la Cámara), miembros de las minorías étnicas y unos cinco homosexuales. Los resultados para el Senado también son alentadores. De los nuevos senadores demócratas, la mayoría son mujeres. De estas, cuatro se convirtieron en las primeras senadoras de sus respectivos estados (Hawai, Wisconsin, Dakota del Norte y Massachussets). Las victorias demócratas más simbólicas en el Senado son la de Mazie Hirono en Hawai, primera asiática en llegar al Senado, la de Tammy Baldwin en Wisconsin, primera senadora lesbiana, y la clamorosa victoria de Elizabeth Warren en Massachusetts, abogada feminista y progresista, profesora de Harvard, enemiga declarada de Wall Street, y una de las nuevas estrellas del partido demócrata y la izquierda estadounidense.

En suma, la victoria de Obama no es el resultado de la multiplicación de promesas sectoriales para satisfacer a los diferentes fragmentos de su electorado, sino de un discurso unitario pero respetuoso de la diversidad en el que los diferentes componentes de la sociedad estadounidense pueden reconocerse. Esta estrategia y las evoluciones demográficas del país favorecerán al partido demócrata en los próximos años. De hecho, ya lo están haciendo: el partido demócrata ha ganado 5 de las 6 últimas elecciones presidenciales (incluso la de 2000, cuando Al Gore ganó la votación popular, pero Bush obtuvo mayoría en el colegio electoral). Hay 18 estados en los que los demócratas han ganado en todas las elecciones desde 1992 (junto con el distrito de Columbia), y suman 242 grandes electores de los 270 necesarios para obtener la presidencia. Para conseguir los 28 restantes bastan apenas unos cuantos swing states (sólo Florida tiene 29). Los riesgos no son inexistentes, empero: algunos elementos de esta coalición tienen más tendencia a abstenerse, sobre todo en elecciones intermedias, como los latinos o los jóvenes. Sin embargo, las estructuras sociales estadounidenses parecen estar del lado demócrata a mediano y tal vez largo plazo, mientras el partido republicano no modere sus posturas políticas para mejorar sus resultados en los segmentos del electorado que le son esquivos. En cada elección, ingresan al electorado millones de electores de 18 a 22 años, en gran mayoría demócratas. Del mismo modo, se prevé que el peso de las minorías étnicas siga creciendo, de 28% del electorado este año a probablemente 31% en 2016 y tal vez 34% en 2020. Más allá de las decepciones que pueda causar la primera presidencia de Obama, su reelección, a más de ser un alivio, sacudió las bases del patriarcado blanco heterosexista como nunca antes.

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