martes, 20 de noviembre de 2012

Con el Lasso al cuello. La derecha se reconstituye alrededor de su mejor testaferro.


Por el momento, Guillermo Lasso emerge en esta campaña presidencial como el candidato predilecto de la derecha y el principal contendor de Rafael Correa, aunque su intención de voto aún no sea suficientemente alta como para desestabilizar al presidente. Lasso es dueño del Banco de Guayaquil, una de las principales entidades financieras del país. Con la ayuda de su poderoso banco construyó un movimiento político, Creando Oportunidades (CREO) con el que pretende llegar a la presidencia. Lasso lanzó hace algunos meses ya una millonaria precampaña para no quedar atrás de Rafael Correa, precampaña que busca desligarlo del nefasto recuerdo del feriado bancario de 1999 y de la imagen de candidato de la derecha neoliberal. A pesar de su discurso, Lasso representa en la práctica a la derecha tradicional del país, como lo demuestran tanto su propia identidad política (I), como sus alianzas electorales (II) y las prácticas de su campaña (III).

I) ¿Quién es realmente Guillermo Lasso?

La figura de Guillermo Lasso es particularmente polémica porque trae a la mente los recuerdos de los momentos más oscuros de la crisis de 1999. No abundaremos aquí sobre los pormenores de la crisis bancaria. Recordemos simplemente que para socorrer a los bancos moribundos (que se habían concentrado en actividades especulativas y en créditos vinculados desde la liberalización del sistema financiero en tiempos de Sixto Durán Ballén), el gobierno de Jamil Mahuad decretó un feriado bancario de una semana y el congelamiento de los fondos durante un año para dar un respiro a los bancos, evitar la hemorragia de retiros que estaban sufriendo y darles tiempo para recapitalizarse. Luego, con el salvataje bancario, el Estado inyectó fondos públicos en los bancos para evitar el inminente colapso del sector financiero. En realidad, muchos banqueros aprovecharon estas oportunidades para sacar dinero del país y dejar quebrar sus bancos, mientras los depositantes perdían todos sus ahorros y el Estado el dinero que había prestado a los bancos. La crisis financiera se contagió al conjunto de la economía y empobreció tanto al país que la emigración a países desarrollados se volvió masiva.

¿Por qué se relaciona a Lasso con el feriado bancario? Por su doble identidad de banquero y de servidor del gobierno de Jamil Mahuad: fue gobernador del Guayas y luego superministro de economía. Sin embargo, no existen elementos que permitan aseverar una participación directa de Lasso en el feriado bancario o que demuestren que él se benefició directamente de esta medida. Por otro lado, fue nombrado ministro en agosto de 1999, después del feriado bancario de marzo del mismo año, por lo que resulta delicado atribuirle la responsabilidad de tan nefanda decisión.

Sin embargo, “la figura de Guillermo Lasso no resulta ni marginal ni accidental” en el salvataje del Banco Continental en 1996, antecedente de lo que le esperaba al país [1]. Por lo demás, Lasso primero, en tiempos de Sixto Durán Ballén, alabó la liberalización del sector financiero que llevó a la crisis de 1998, y luego participó en el gobierno que realizó el peor atraco de la historia del país: feriado bancario, congelamiento de fondos, salvataje bancario. En realidad su participación en el gobierno de Mahuad no debe sorprender. Los banqueros aportaron millones a su campaña y luego les devolvió el favor dándoles el control del Estado, en particular de los organismos reguladores: la Junta Bancaria, el Banco Central, la Superintendencia de Bancos, etc.

El problema de Guillermo Lasso no es que sea banquero. En sí eso no tiene nada de malo. El problema es que Lasso es una de las cabezas visibles de un gremio que durante la crisis bancaria puso sus intereses particulares por delante de las necesidades del país, actitud que redundó en la mayor catástrofe económica a la que haya tenido que hacer frente el Ecuador. Un gremio que para defender sus intereses se alió con la derecha neoliberal (apoyó las reformas estructurales de Sixto Durán Ballén, en particular la liberalización del sector bancario; contribuyó financieramente a la campaña de Jamil Mahuad, sobre todo Fernando Aspiazu, dueño del banco del Progreso), cooptó los organismos de control del Estado (Junta Monetaria, Banco Central, Superintendencia de Bancos, etc.), apeló al regionalismo más craso para evitar cualquier atisbo de regulación (la famosa “marcha de los crespones negros” que los socialcristianos organizaron en honor a Aspiazu, que fue detenido días después…). Jamás he oído a Lasso criticar el accionar de algunos de sus colegas banqueros. Tampoco protestó cuando era gobernador del Guayas en tiempos de Mahuad. Cualquier persona con un mínimo de dignidad renunciaría para no ser partícipe de decisiones tan nefastas como el feriado bancario, el congelamiento de fondos o el salvataje bancario. Lasso no protestó, no reclamó, no renunció. De hecho, fue premiado luego con un superministerio de economía. Este ensordecedor silencio parece indicar un apoyo tácito a las medidas que se tomaron en ese entonces.

Por otra parte, Guillermo Lasso es miembro del Opus dei, institución de la Iglesia católica que ha tenido pronunciamientos desafortunados sobre los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y sobre la lucha de la comunidad GLBTI por la igualdad. Tengo mis dudas sobre la capacidad de un miembro del Opus dei para defender la laicidad del Estado y “garantizar la ética laica como el sustento del ordenamiento jurídico y el quehacer público” (art. 3-4 de la Constitución). Lasso ha sido demasiado vago sobre estos temas como para dar tranquilidad. Para demostrarlo, me permito citar un fragmento de una excelente carta abierta a Guillermo Lasso escrita por Verónica Potes:
“El Ecuador, yo incluida, no tiene certeza absoluta sobre su postura respecto a estos temas en concreto. Porque Ud. no es claro, señor Lasso. Ante la pregunta de si es liberal o conservador Ud. pretendió evadir el tema cuestionando la distinción izquierda/derecha […]. Sus declaraciones mínimas respeto al Estado laico y al derecho a la privacidad, no desvirtúan en nada mis serias sospechas de que llegado el momento de decidir entre acciones alternativas Ud. lo hará por las que mande su iglesia. Su actitud hasta se me hace familiar. Vea a Rajoy en España: liberal de media tinta durante la campaña electoral, conservador de raigambre a la hora de la verdad en estos temas. 
Personas como Ud. no la tienen fácil con personas como yo –que hace rato no tengo 20 años y no doy saltitos de entusiasmo ante discursos vacuos de libertad/justicia/derechos humanos/laicismo, sino que demando propuestas concretas. Yo veo realidades, analizo conductas, su cercanía al Opus Dei me dice bastante. 
Mientras Ud. pomposamente ofrece cerveza los domingos, el municipio de Nebot a cuyo partido Ud. le ha ofrecido apoyo en las elecciones de asambleístas ha emprendido una campaña de cierre de bares en Guayaquil, en algunos casos, a cuenta de que no son bares sino maricotecas –discotecas de maricones en la jerga popular. 
Así que, ya ve, razones para sospechar me sobran” [2].
Efectivamente, sobran las razones de sospechar, no sólo por el fondo muy conservador, ver reaccionario, de Lasso con los temas de derechos sexuales y reproductivos y de diversidad sexo-genérica, sino también por las personas o grupos con los que Lasso quiere aliarse. Este banquero es, por excelencia, la encarnación del sistema patriarcal/corporativista de Antiguo Régimen que aún subsiste bajo ciertas formas en el Ecuador y que la derecha siempre ha defendido.

II) El reciclaje socialcristiano

Lasso ha señalado en reiteradas ocasiones que no es el candidato de la derecha porque no cree en las ideologías y ya no le parece pertinente la distinción entre derecha e izquierda. Considera que, con pragmatismo, se debe rescatar lo mejor de ambas tendencias para formar una fanesca política por el bien del país. Pero querer complacer a la derecha y a la izquierda es imposible y es una muestra de inconsistencia ideológica y falta de dirección política. En el caso de la minería a gran escala, por ejemplo, ¿qué lado escogería? ¿el de las comunidades indígenas que preservan la Amazonía o el del capital transnacional?. No se puede escoger a ambos. Hay que desconfiar de los que buscan contentar a todo el mundo. En política, hay que tomar decisiones y asumirlas, y estas se toman en función de una ideología. Temerle a la palabra ideología es un error. La ideología no es más que un conjunto de ideas que sirve de herramienta para interpretar el mundo y un conjunto de ideas que uno busca defender. Si Lasso dice que no tiene ideología, es porque no tiene una visión del mundo ni ideas que defender.

En realidad, la postura de Lasso tiene una función bien definida: evitar que el elector identifique al candidato con el feriado bancario, cuya responsabilidad siempre se atribuye a la derecha aliada de la banca y a las políticas neoliberales aplicadas en el Ecuador en los años 1990. Este discurso sobre el pragmatismo y la obsolescencia de la distinción entre derecha e izquierda es muy abundante entre los actores políticos de derecha que no quieren asumir su identidad política. Si se presta atención al discurso de Mauricio Rodas, otro representante de la nueva derecha, las semejanzas son notables. Quienes se identifican con la izquierda, por el contrario, asumen perfectamente su identidad, como Ruptura, la Coordinadora Plurinacional para la Unidad de las Izquierdas e incluso el Movimiento PAÍS y sus aliados (otra cosa es que se pueda dudar de la pertenencia de PAÍS a la izquierda).

No obstante, esta fachada de pragmatismo no debe engañar. Detrás del discurso, Lasso ha agrupado a su alrededor a los vestigios de la antigua derecha ecuatoriana, demócrata cristiana y sobre todo socialcristiana. El desplome de los partidos tradicionales después de la revuelta de los forajidos, la elección de Rafael Correa y el proceso constituyente, produjo una reorientación de la estrategia de la derecha tradicional, que ya no busca presentarse directamente a las elecciones bajo las siglas del PSC o la DP-UDC, ni presentar candidato presidencial propio. En este contexto, Guillermo Lasso, una figura aparentemente nueva en política, es el testaferro ideal de la derecha. Para esta última, la candidatura de Lasso se convirtió en la ocasión perfecta para reciclar a sus viejas figuras a través de alianzas entre CREO y movimientos provinciales presentados como independientes, para deshacerse del estigma que pesa sobre los antiguos grandes partidos de derecha (PSC y DP-UDC).

Los ejemplos abundan. Después de su visita a Jaime Nebot, Guillermo Lasso anunció que CREO no presentaría candidaturas a la Asamblea Nacional en Guayas, sino que apoyaría a las listas de Madera de Guerrero. Este movimiento fue creado por grandes figuras del PSC, como Jaime Nebot o Cinthia Viteri. CREO formará además alianzas con dos movimiento provinciales fundados por ex socialcristianos: Machete, de Manabí, creado por Leonardo Viteri, ex alcalde de Bahía de Caráquez y actual asambleísta, y Tiempo de Cambio en Tungurahua, de Luis Fernando Torres, ex alcalde de Ambato y ex diputado, ambos siempre electos por el PSC hasta ahora. En Loja, la alianza es con el movimiento provincial Conciencia Ciudadana, dirigido por el asambleísta Rafael Dávila, que no es un ex socialcristiano, sino un antiguo diputado demócrata cristiano de la DP electo junto a Mahuad en 1998.

Los acercamientos con algunos desertores ideológicos de la izquierda (un sector de la Izquierda Democrática, con Andrés Páez y Henry Llanes a la cabeza, y Auki Tituaña de Pachakutik, que prefieren aliarse con la derecha que con Alberto Acosta y la Unidad Plurinacional) le dan a la candidatura de Lasso una falsa pátina de consenso interpartidista que supera las diferencias ideológicas. En realidad, Lasso representa al viejo fondo socialcristiano que se niega a morir.

En suma, por más que Lasso se esfuerce por encarnar una renovación política, en la práctica es simplemente el representante de la derecha tradicional, no sólo por sus convicciones más profundas (cf. I) o por las personas que frecuenta (cf. II), sino también por las prácticas políticas que han caracterizado su campaña.

III) Nuevos rostros, viejas prácticas

A pesar de su discurso presuntamente renovador, Guillermo Lasso no hace sino reproducir varias de las viejas prácticas políticas tan desacreditadas de los últimos treinta años de democracia.

En primer lugar, no se puede negar el aspecto puramente personalista del proyecto de CREO. No es un movimiento serio que se funde sobre la voluntad de ofrecerle una alternativa real al país. Como tantos otros, se creó con la simple finalidad de permitir una candidatura presidencial, en este caso, la de Lasso. En ese sentido, CREO es igual que el PRE de Abdalá Busaram, el PRIAN de Álvaro Noboa, PAÍS de Rafael Correa, EQUIPO de Fabricio Correa, SUMA de Mauricio Rodas, partidos que se fundaron para auspiciar una candidatura presidencial y cuyo proyecto empieza y termina con su respectivo líder. El procedimiento debe ser inverso: crear un movimiento, dotarlo de sólidos principios ideológicos, darle organicidad y luego reflexionar sobre las candidaturas. Ese es el camino que ha seguido Ruptura. Ese es el camino que siguieron los demás partidos de izquierda cuando decidieron formar la Unidad Plurinacional.

La candidatura de Lasso recuerda el sistema político anterior a la Constitución de Montecristi, cuando era candidato, y presidente, el que más dinero tenía, porque era el que más pautas publicitarias podía comprar en los medios. Según la Constitución, la campaña debe ahora financiarse con fondos públicos equitativamente repartidos, para que todos los candidatos estén en igualdad de condiciones y no sea el tamaño de sus billeteras lo que determine el resultado. En la práctica no es así, porque no existe regulación que limite el dinero que se gasta en precampaña. Guillermo Lasso se queja del uso de fondos públicos por parte del presidente para promocionar su imagen, pero él ya ha gastado unos 5 millones de dólares en precampaña, ¡más incluso que Correa! No se escatiman recursos para promocionar la imagen del banquero, pero CREO es incapaz de pagar a los encuestadores que contrató [3]. Lasso usó ingentes sumas de dinero sólo para promocionar su libro, Otro Ecuador es posible, comprando incluso anuncios gigantes en formato A1 en algunos periódicos.




No se puede justificar una campaña millonaria de esta índole aduciendo que sólo se busca promocionar un libro o dar a conocer su nombre. Es evidente que hay una clara intención política detrás: ganar terreno haciendo una costosa precampaña que recurra a una pulida estrategia de marketing. Lasso quiere aparacer como el candidato de la moderación, la tolerancia y la apertura, el defensor de las libertades y el promotor del desarrollo. Lo demuestra el título de su libro, Otro Ecuador es posible. Se retoma el lema de los movimientos altermundialistas, que se encuentran a las antípodas ideológicas de Lasso y que creen que "otro mundo es posible". Una manera más de confundir al elector intentando hacerle olvidar su pertenencia a la derecha. Finalmente, si Correa tiene el Estado, pues Lasso tiene un poderoso banco, Noboa tiene una bananera, Avanza tiene el IESS; mientras que Ruptura o la Coordinadora de Izquierdas disponen de escasos recursos y hacen política seria, una política de ideas.

Por otro lado, Lasso recurre a ofrecimientos populistas que no se basan en ningún sustento técnico sino en su popularidad. Entre las perlas está, por supuesto, la propuesta de aumentar el bono de desarrollo humano de 35 a 50 dólares, medida que se financiaría con el dinero que el gobierno actual gasta en propaganda. "Ni más ni menos, Lasso aplicó el peor recetario de los políticos tradicionales cada vez más aborrecidos, precisamente por sus prácticas clientelares: ofreció el cielo en cómodas cuotas mensuales pagaderas con fondos de los contribuyentes" [3]Para un banquero neoliberal que durante años fue acerbo crítico de cualquier tipo de subsidio, es bastante curioso. La respuesta del presidente no se hizo esperar. Reaccionó declarando que el aumento se lo haría antes de las elecciones, pero se lo financiaría con las utilidades de la banca, que rompieron récords el año pasado. Cada uno apuntó su golpe a uno de los aspectos más polémicos del otro candidato (el excesivo gasto publicitario del presidente, la pertenencia de Lasso al sector bancario). Luego, Lucio Gutiérrez señaló que ambos le habían robado su idea y que él pretendía aumentar el bono a 80 dólares. Acto seguido, el PRE también anunció lo propio. ¿Quién da más? ¿Y por qué 50 dólares para los unos, 80 para los otros? ¿Por qué no 45, 60 o 100? Ninguno de los candidatos justificó su propuesta con alguna razón técnica para determinar el nivel al que era necesario aumentar el bono. Se trata simplemente de una manera de granjearse vilmente el apoyo de las clases populares que dependen de este programa de transferencia de efectivo. Y Lasso fue el que abrió el baratillo de ofertas. Nunca se le oyó, además, darle un sentido más incitativo al bono, contrariamente a Alberto Acosta, quien propuso transformarlo en una ayuda para proyectos productivos comunitarios. Señaló igualmente que se debía condicionar su entrega a la compra de productos de primera necesidad en los almacenes populares donde se vendan los artículos de los pequeños productores locales, en vez de que sirva para adquirir artículos importados.

Otra de las viejas prácticas políticas más cuestionables son los intentos por dividir al movimiento indígena, que ha sido, en las últimas dos décadas, el principal obstáculo a la aplicación del ajuste neoliberal en el país. Los gobiernos de turno han hecho lo posible por debilitar a su principal expresión, la CONAIE y Pachakutik, ofreciendo puestos a sus principales dirigentes. Cuando Pachakutik dejó el gobierno de Lucio Gutiérrez, este procedió a nombrar al ex presidente de la CONAIE, Antonio Vargas, ministro de bienestar social. Por su lado, Correa reforzó su alianza con Mariano Curicama en Chimborazo a pesar de la ruptura con Pachakutik y nombró a Ricardo Ulcuango embajador en Bolivia. Lasso no se quedó atrás y nombró a Auki Tituaña, ex alcalde de Cotacachi, como su compañero de fórmula.



La aceptación de Tituaña no debe sorprender. Desde hace algún tiempo venía considerando que el movimiento indígena, con tal de hacerle frente al gobierno de Correa, debía acercarse a la derecha neoliberal, su adversario ideológico natural, encarnada en la persona de Jaime Nebot, y a la élite empresarial guayaquileña, representada por Joyce de Ginatta. Sin embargo, lo que llama la atención es la amplitud de su traición y de su doble discurso: mientras estaba en negociaciones secretas con Lasso, invitaba a Alberto Acosta a un recorrido por Atuntaqui y Cotacachi y estaba en conversaciones para presidir la lista de candidatos a la Asamblea Nacional de la Unidad Plurinacional en Imbabura. Tituaña finalmente renunció a presentarse como binomio de Lasso. La lección que nos deja este episodio es que las dádivas de la derecha a algunos dirigentes indígenas y la ambición personal de estos son una triste combinación (cabe especial mención para el caso de Lourdes Tibán, que independientemente de las críticas que se pueda formular contra ella, rechazó ser el binomio de Álvaro Noboa).


En pocas palabras, a pesar del discurso sobre la renovación, las libertades, el desarrollo, Lasso representa a la derecha rancia del país que, en un momento de continua debilidad desde que Correa llegó al poder, busca nuevas estrategias para volver al primer plano, renovando su imagen para deshacerse de los viejos estigmas que arrastra, pero con los mismos personajes y las mismas ideas. La derecha encontró en Lasso a su testaferro ideal: una figura presuntamente nueva en el ámbito político, capaz de estimular la novelería del electorado, para defender sus ideas trasnochadas. En suma, Lasso es un hombre peligroso que no debe ser subestimado: es el nuevo avatar de lo que queda del sistema patrimonial/gremialista de Antiguo Régimen que procesos históricos como la gesta independentista, la Revolución liberal, la Revolución juliana y, en sus inicios, la Revolución ciudadana fueron progresivamente desmantelando.


P.D.: Por último, y para aligerar el tono, les recomiendo esta cuenta de Twitter si es que prefieren reír antes que llorar: @CholassoGuille, https://twitter.com/CholassoGuille.







[1] Sobre el caso del Banco Continental, ver: Hernán Ramos, Por los laberintos del banquero Guillermo Lasso, I, blog del autor: Rienda suelta. Apuntes de Hernán Ramos, 28 de septiembre de 2012, http://ramoshernan.blogspot.fr/2012/09/por-los-laberintos-del-banquero.html
[2] Verónica Potes, “Carta abierta al candidato Lasso”, Gkillcity, 21 de octubre de 2012, http://www.gkillcity.com/index.php/el-chongo/1096-carta-abierta-al-candidato-lasso
[3] "Encuastadores reclaman pago de quincena a dirigentes del movmiento CREO", Radio Tarqui, 22 de noviembre de 2012,
http://www.radiotarqui.com.ec/portal/index.php?module=Pagesetter&func=viewpub&tid=2&pid=10300
[4] Hernán Ramos, Guillermo Lasso fue por lana, los banqueros salieron trasquiladosRienda suelta. Apuntes de Hernán Ramos, 21 de noviembre de 2012,
http://ramoshernan.blogspot.fr/2012/11/guillermo-lasso-fue-por-lana-los.html?spref=tw

sábado, 10 de noviembre de 2012

La "rainbow nation" vs. el patriarcado blanco heterosexual: las evoluciones sociales y demográficas juegan a favor de la coalición demócrata.


El presente artículo no tiene por objeto defender las propuestas del partido demócrata, ni evaluar el magro desempeño de Barack Obama en algunos ámbitos en los últimos cuatro años, ni señalar las promesas de campaña de 2008 abandonadas a medio camino, sino procurar entender la composición del electorado demócrata que le garantizó a Obama la reelección. Lo que salta a la vista al analizar los resultados de las elecciones presidenciales del pasado martes es la diversidad del electorado demócrata y la relativa uniformidad del electorado republicano.

Una alianza intergeneracional
El presidente obtuvo uno de sus mejores resultados entre los jóvenes. Los menores de 30 años le otorgaron 60% de sus votos, casi diez puntos más que su promedio nacional. Por el contrario, Mitt Romney obtuvo su votación más alta entre los mayores de 65 años, con el 56% de los votos, resultado que da la imagen de un partido arcaico, enquistado en el pasado. Esta elección acentuó la fractura política entre, por un lado, los millennials, las generaciones que empezaron a llegar a los 18 años a partir de 2000, y por otro, los baby-boomers y las generaciones más ancianas. El electorado joven es más urbano, más abierto, más sensible a los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales, a las temáticas ecologistas y al modelo multicultural, temáticas por las que el partido republicano jamás ha mostrado el más mínimo interés. Los jóvenes son también más diversos y menos blancos (el peso de las minorías étnicas, ampliamente favorables a los demócratas, es mayor que en el resto de la población, cf. infra), mientras que la generación del baby-boom y la generación anterior son en cambio más uniformemente blancas y tienen una visión más tradicional del país.

Una alianza de género
Obama perdió entre los hombres, pero ganó de largo entre las mujeres, sector mayoritario del electorado (53% de los votantes), con una ventaja de 11 puntos frente a Romney. Es lo que señalaban las encuestas, a pesar de que algunas parecían indicar en las últimas semanas que tal vez Romney podía cerrar la brecha. El resultado no debe sorprender. El partido republicano adoptó una posición radical en contra de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Esto se cristalizó en la convención del partido republicano en Tampa, cuando se decidió impulsar una reforma constitucional para prohibir el aborto en todos los casos, sin excepción, anulando la sentencia de la Corte Suprema de Justicia en el caso Roe vs. Wade de 1973 (sentencia por la cual se obligó a todos los estados de la Unión que aún no lo habían hecho a despenalizar el aborto en todos los casos). Romney incluso dijo que estaría encantado de firmar una ley que dejara sin efecto dicha sentencia.

En las últimas semanas de campaña, al ver el persistente retraso que acumulaba entre las mujeres, Romney intentó moderar su discurso diciendo que en realidad no quería criminalizar el aborto en los casos más graves (violación, incesto, peligro para la vida de la madre). Esta declaración no surtió ningún efecto positivo: el mal ya estaba hecho y además sus vaivenes programáticos mermaron su credibilidad. Por lo demás, mientras se esforzaba por ocultar su hostilidad hacia las mujeres, candidatos republicanos al senado aupados por el Tea Party hicieron declaraciones que encerraron al partido republicano en la imagen de un partido machista y enemigo de los derechos de las mujeres: Todd Akin, en Missouri, dijo que existían “violaciones legítimas”, y Richard Mourdock en Indiana explicaba que los embarazos frutos de una violación eran “la voluntad de Dios”. Ambos perdieron frente a sus rivales demócratas por un margen superior a 15 puntos para el primero y a 5 puntos para el segundo.

En este contexto, era lógico que Obama, en una campaña en la que insistió sobre el fomento a las oportunidades económicas para las mujeres, el acceso de estas al sistema de salud y la defensa de sus derechos sexuales y reproductivos, consolidara su ventaja entre las mujeres, que le otorgaron su voto en un 55%. Los resultados entre las mujeres jóvenes, las universitarias, y las mujeres no casadas fue aún mayor: dos tercios de este grupo apoyó al presidente.

Obama también logró sus mejores resultados en la comunidad LGBT, donde obtuvo las tres cuartas partes de los votos. Se trata de un fragmento importante del electorado (5% de los votos), sobre todo en una elección tan reñida. El respaldo que Obama dio al matrimonio igualitario en mayo y la defensa de los derechos de la comunidad LGBT que asumió el partido demócrata, que presentó además varios candidatos homosexuales a la Cámara de Representantes y al Senado, crearon las condiciones para una amplísima victoria del presidente entre las minorías sexuales, frente al discurso homofóbico de los republicanos.

Una alianza multiétnica
Pero el triunfo del presidente fue contundente no sólo en las minorías sexuales, sino también en las minorías étnicas. Obama perdió entre los blancos, pero es un sector del electorado que ha retrocedido (del 74 al 72% del total de votantes), mientras obtuvo una clamorosa victoria en las minorías étnicas (más del 80% de los votos), un fragmento del electorado en plena expansión.

Obama retrocedió en los dos grupos en los que había obtenido sus mejores resultados en el electorado blanco en 2008: los blancos con educación universitaria y los blue collar workers blancos (básicamente trabajadores de la industria). Sin embargo, el presidente obtuvo suficientes votos en estos sectores para ganar, sobre todo en los swing states donde el peso demográfico de las minorías étnicas es anécdótico, como Virginia y Ohio. Este último ejemplo es emblemático. En este estado, la campaña de Obama insistió sobre el rescate que su gobierno ofreció al sector automotriz para salvarlo de la crisis, un sector clave en la economía de varios estados del Midwest, como  Michigan, Illinois y Ohio. Por el contrario, en su momento, Romney se opuso al plan y llegó a decir que prefería dejar quebrar a Detroit. Su oposición no se debía a su filosofía económica (dejar que quiebren las empresas ineficientes), sino a su hostilidad congénita a cualquier atisbo de organización laboral: no más industria automotriz en el Midwest, no más mano de obra organizada en poderosos sindicatos. Su posición, empero, le costó caro. Concretamente, le costó el estado de Ohio. Obama aprovechó al máximo su diferencia con Romney en este terreno, y su campaña en ese sentido le aseguró la victoria en este codiciado estado.

Sin embargo, a nivel nacional, Romney ganó entre los blancos, pero existe un desequilibrio regional que permite precisar este resultado. Obama se mantiene en un nivel más que aceptable entre los blancos que no son del Deep South (47%), pero queda lejos detrás de su contrincante entre los blancos sureños, con un magro 27% (¡veinte puntos menos que su promedio en el resto del país!). En otras palabras, la debilidad del partido demócrata no son los blancos, son, antes que nada, los blancos del Sur.

Desde que los demócratas salieron en defensa de la lucha por los derechos cívicos de los afroamericanos en los años 60, los republicanos han explotado el miedo hacia los afros de los electores blancos conservadores del sur para ganar votos. Lamentablemente para ellos, el voto blanco ya no basta para llegar a la Casa Blanca. El discurso racista de los republicanos, especialmente en el sur, ha causado enorme resentimiento entre los electores afroamericanos, que desde hace décadas votan masivamente por los demócratas. En esta elección, Obama obtuvo el respaldo de 93% de los afros, que representan el 13% del electorado, es decir la principal minoría entre los electores (aunque sean la segunda del punto de vista demográfico, detrás de los latinos, que tienen mayor tendencia a la abstención). Obama perdió en el Deep South, pero arrasó con todo en los condados rurales de las orillas del Mississippi, donde hay una gran presencia afro. Ganó además en ciudades con una importante población negra como Saint-Louis, Nueva Orleans o Chicago.

La comunidad hispana es la minoría de crecimiento más rápido en Estados Unidos y llegó a representar el 10% del electorado en las elecciones del martes, un récord en la historia del país. La identificación del electorado hispano con el partido demócrata se ha acentuado en los últimos treinta años, a pesar de la reforma migratoria muy liberal que aprobó Reagan en 1986 y que permitió la legalización de millones de inmigrantes latinoamericanos. Pero esta tendencia se ha acelerado desde la presidencia de George W. Bush, quien espantó a los latinos con sus restrictivas políticas migratorias. A esto se añadió la infame ley migratoria de Arizona, adoptada en el 2010. La campaña de Romney profundizó el divorcio entre los republicanos y el electorado latino. Romney dijo que la ley de Arizona era un ejemplo para todo el país y recomendó a los inmigrantes clandestinos auto-deportarse. Por supuesto, los electores latinos son ciudadanos estadounidenses y, por ende, no inmigrantes indocumentados, pero perciben el discurso republicano contra la inmigración como un ataque hacia toda la comunidad hispana. Muchos son, además, hijos de inmigrantes clandestinos, especialmente los electores más jóvenes, o tienen familiares y amigos, o por lo menos parientes de parientes y amigos de amigos, que se encuentran en situación irregular. En este contexto, Obama logró 71% de los votos hispanos, resultado superior incluso al de 2008. El apoyo latino fue decisivo para ganar en estados como Nevada, Nuevo México, Colorado y Florida.

La exacerbación del subconsciente racista de una parte de los Estados Unidos por parte del partido republicano llevó a la minoría asiática a apoyar con amplísimo margen al presidente, con el 73% de los votos. Obama también fue respaldado con el 58% de los votos de los judíos, un excelente resultado, a pesar de que representa un retroceso de diez puntos en relación a 2008 y a pesar de las crecientes fricciones entre Obama y Netanyahu. La comunidad judía representa un electorado más urbano y más cosmopolita que la media, y por lo tanto más favorable al partido demócrata.

Si se suman los excelentes resultados del presidente entre los afros, los latinos y los asiáticos, se descubre que un poco menos de la mitad de los electores de Obama, un 42%, pertenecen a las minorías étnicas, que representan, en cambio, un fragmento residual del electorado republicano.

Características transversales de la coalición
Obama ganó de largo también el electorado urbano (62%), donde justamente se concentran los jóvenes, las minorías sexuales y las minorías étnicas. Su victoria en varios swing states como Ohio, Colorado y Florida, se debe a los excelentes resultados que obtuvo en las grandes ciudades (Cincinnati y Cleveland en Ohio; Denver en Colorado; Orlando, Tampa, y sobre todo Fort Lauderdale y Miami en Florida). Incluso en los estados en los que perdió, ganó en las grandes ciudades. En Texas, por ejemplo, se impuso con dificultad en Houston, pero con un margen más importante en Dallas, Austin, San Antonio y El Paso. Los resultados obtenidos por Obama en algunas ciudades parecen genuinamente soviéticos: 74% en Denver y en Chicago, 83% en el centro de Saint Louis, 83% en San Francisco, 85% en Philadelphia y 91% en Washington D.C.

Obama también ganó en las clases más desfavorecidas, donde las minorías étnicas están sobrerepresentadas, que se beneficiaron del Obamacare y consideraban injusta la propuesta de los republicanos de bajar aún más los impuestos de los más ricos. En este sector entran además los blue collar workers, muchos de los cuales lograron mantener su puesto de trabajo gracias al salvataje de la industria automotriz auspiciado por Obama (cf. supra). El presidente ganó entre las familias en las que por lo menos un miembro pertenece a un sindicato, frente al discurso republicano hostil a cualquier atisbo de organización laboral, la negociación colectiva, los funcionarios y los servicios públicos (recordemos la polémica ley por la que Scott Walker, gobernador republicano de Wisconsin, restringió drásticamente las posibilidades de negociación colectiva de los empleados públicos en 2011).

A pesar de las profundas decepciones que representó para todos estos sectores la primera presidencia de Obama, arriesgarse a llevar a Romney al poder era suicida. Obama debe entonces su victoria a los jóvenes, las mujeres, las minorías sexuales y las minorías étnicas, una variopinta alianza intergeneracional, de género y multiétnica que recuerda a la rainbow nation de Sudáfrica. No existe, por lo tanto, un elector arquetípico de Obama.

Conclusión
Un resultado final tan apretado ha llevado a algunos republicanos a pensar que la derrota se debe a detalles coyunturales (la eficiencia de la propaganda de Obama a la que la propaganda republicana no logró responder de manera adecuada, un candidato mediocre, la actuación del presidente en el huracán Sandy, que opacó la campaña de Romney, alguna declaración desafortunada del candidato presidencial o de los candidatos al senado por el partido republicano, etc.). Pero la explicación de la derrota responde a causas estructurales que revelan la incapacidad del partido republicano para entender a la sociedad estadounidense moderna. Nunca el partido republicano pareció estar tan lejos de las mujeres, los jóvenes, las minorías sexuales y étnicas, los más pobres, en pocas palabras, de los tradicionalmente excluidos por el patriarcado blanco, de quien el partido republicano parece ser hoy el mayor adalid. La estrategia republicana que consistía en buscar a toda costa el voto blanco, sin preocuparse de los demás sectores del país, o incluso estigmatizándolos, está a todas luces en completo desfase con las evoluciones demográficas de los Estados Unidos. Si Obama no tiene un elector arquetípico, Romney sí lo tiene: es un hombre blanco heterosexual casado, maduro o mayor de 65 años, muy religioso, de preferencia evangélico, solvente del punto de vista financiero, que vive en los suburbios residenciales de las grandes ciudades o en zonas rurales.

El castigo electoral fue particularmente severo para los representantes del Tea Party: a las derrotas anteriormente mencionadas de Richard Mourdock y Todd Akin en dos estados conservadores donde la elección parecía jugada de antemano, se suman la de Scott Brown (senador de Massachussetts electo en 2010 con el apoyo del Tea Party, aunque luego moderó su discurso) y las de Allen West en Florida y Joe Walsh en Illinois (que habrán servido como representantes por un breve periodo de dos años). En cuanto a Michele Bachmann, miembro emblemático del Tea Party, fundadora del Tea Party Caucus en la Cámara de representantes, precandidata presidencial en las primarias republicanas de este año, conservó su escaño tras una agónica victoria en su circunscripción de Minnesota.

Por el contrario, el partido demócrata nunca pareció estar tan acorde con la sociedad estadounidense. Por primera vez, en la bancada demócrata de la Cámara de representantes, los hombres blancos serán minoritarios (47%). La mayoría serán mujeres, entre las cuales hay dos budistas (las primeras en la historia de la Cámara), miembros de las minorías étnicas y unos cinco homosexuales. Los resultados para el Senado también son alentadores. De los nuevos senadores demócratas, la mayoría son mujeres. De estas, cuatro se convirtieron en las primeras senadoras de sus respectivos estados (Hawai, Wisconsin, Dakota del Norte y Massachussets). Las victorias demócratas más simbólicas en el Senado son la de Mazie Hirono en Hawai, primera asiática en llegar al Senado, la de Tammy Baldwin en Wisconsin, primera senadora lesbiana, y la clamorosa victoria de Elizabeth Warren en Massachusetts, abogada feminista y progresista, profesora de Harvard, enemiga declarada de Wall Street, y una de las nuevas estrellas del partido demócrata y la izquierda estadounidense.

En suma, la victoria de Obama no es el resultado de la multiplicación de promesas sectoriales para satisfacer a los diferentes fragmentos de su electorado, sino de un discurso unitario pero respetuoso de la diversidad en el que los diferentes componentes de la sociedad estadounidense pueden reconocerse. Esta estrategia y las evoluciones demográficas del país favorecerán al partido demócrata en los próximos años. De hecho, ya lo están haciendo: el partido demócrata ha ganado 5 de las 6 últimas elecciones presidenciales (incluso la de 2000, cuando Al Gore ganó la votación popular, pero Bush obtuvo mayoría en el colegio electoral). Hay 18 estados en los que los demócratas han ganado en todas las elecciones desde 1992 (junto con el distrito de Columbia), y suman 242 grandes electores de los 270 necesarios para obtener la presidencia. Para conseguir los 28 restantes bastan apenas unos cuantos swing states (sólo Florida tiene 29). Los riesgos no son inexistentes, empero: algunos elementos de esta coalición tienen más tendencia a abstenerse, sobre todo en elecciones intermedias, como los latinos o los jóvenes. Sin embargo, las estructuras sociales estadounidenses parecen estar del lado demócrata a mediano y tal vez largo plazo, mientras el partido republicano no modere sus posturas políticas para mejorar sus resultados en los segmentos del electorado que le son esquivos. En cada elección, ingresan al electorado millones de electores de 18 a 22 años, en gran mayoría demócratas. Del mismo modo, se prevé que el peso de las minorías étnicas siga creciendo, de 28% del electorado este año a probablemente 31% en 2016 y tal vez 34% en 2020. Más allá de las decepciones que pueda causar la primera presidencia de Obama, su reelección, a más de ser un alivio, sacudió las bases del patriarcado blanco heterosexista como nunca antes.