viernes, 7 de septiembre de 2012

Transgénicos y novelerías

En la última sabatina, el presidente Correa criticó la declaratoria del Ecuador como territorio libre de semillas y cultivos transgénicos que se encuentra en la Constitución, a la que calificó de novelería. Lamentaba no haberse impuesto en el buró político de Alianza PAÍS cuando se tomó una decisión al respecto en tiempos de la Asamblea Constituyente. Según él, esa era una idea del entonces presidente de la Constituyente, Alberto Acosta, ecologista infantil recalcitrante, a la que él no supo sobreponerse. Un ataque más contra la Constitución, el sumak kawsay y los derechos de la naturaleza. No abundaremos aquí sobre los potenciales riesgos sanitarios que implican los transgénicos, por el momento en buena medida desconocidos, sino que preferiremos alimentar la discusión con algunos elementos corolarios.

Al parecer, al presidente no le parecen suficientes las excepciones contempladas en la Constitución, pues en caso de interés nacional, puede permitir la introducción de transgénicos al país, previa autorización de la Asamblea Nacional. La mayoría que se requiere es simple, según la Ley Orgánica de la Función Legislativa, cuando en realidad, al tratarse de un tema tan delicado se debería contar con el mayor consenso posible. Lo ideal sería que se requiera una mayoría de dos tercios. En todo caso, al presidente no le costaría mucho armar una mayoría dispuesta a introducir transgénicos al país, pues dudo que a las bancadas de la derecha, como la del PRIAN o la del PSC les interese la prohibición constitucional de los transgénicos. De modo que no se entienden estas declaraciones fuera del contexto electoral: probablemente se trataba de una manera de desprestigiar a Alberto Acosta, presentándolo como un ecologista radical y dogmático, justo en el momento en que su designación como candidato presidencial de la Coordinadora de las Izquierdas parecía inminente.

Contrariamente a lo que dijo el presidente, es un mito creer que las semillas transgénicas permiten a los cultivos estar a salvo de duras condiciones climáticas, como las heladas. Los transgénicos están diseñados básicamente para resistir a las plagas y los herbicidas. Acción Ecológica señala, de hecho, que el 70% de los transgénicos en el mundo son en realidad soya resistente al glifosato [1]. Es curioso ver a un gobierno que, con acierto, criticó duramente las fumigaciones con glifosato operadas por el ejército colombiano a lo largo de la frontera y que incluso llevó el caso a la corte de La Haya, formular ahora el deseo de introducir cultivos transgénicos que permitan generalizar su uso en todo el país. El problema de las fumigaciones con glifosato no era sólo de soberanía o de destrucción de los cultivos de los campesinos ecuatorianos que viven cerca de la frontera, era también una cuestión de salud pública, pues el glifosato ponía en riesgo la salud de los habitantes de la zona. Por lo tanto, resulta inconsecuente y peligroso pretender ahora generalizar ese riesgo sanitario a todo el país.

Por otra parte, si el 70% de los transgénicos corresponde a la soya resistente al glifosato, ¿cuál es el plan detrás de la intención gubernamental de permitir el uso de organismos genéticamente modificados? ¿Convertirnos en grandes productores de soya, al estilo de Brasil, Argentina o Paraguay? Para el efecto, los cultivos de soya requerirían grandes extensiones de tierra que por el contrario podrían usarse para la producción de alimentos. El riesgo de que la producción nacional de alimentos sea insuficiente para el consumo y de que, por ende, sea necesario recurrir a las importaciones, es más elevado. Este esquema contradiría entonces el principio de soberanía alimentaria inscrito en la Constitución.

Pero imaginemos que al gobierno no le interese la introducción de soya, sino más bien de maíz transgénico, para beneficiar a los pequeños productores (digo imaginemos porque el presidente no ha dado mayores precisiones al respecto). Uno de los mayores problemas del maíz transgénico, y de cualquier semilla genéticamente modificada en general (a más del desconocido riesgo sanitario que implica), es que las semillas son caras y duran por lo general un ciclo, lo que obliga a los campesinos a comprar constantemente semillas y los pone bajo la dependencia de los grandes grupos distribuidores de semillas transgénicas de los países desarrollados, como Monsanto. Para un gobierno que se jacta de ser antiimperialista y que no cesa de criticar a las transnacionales, es bastante peculiar.

Después de designar a la prohibición de los transgénicos en la Constitución como una novelería, los siguientes en la lista sean tal vez la consulta previa, la plurinacionalidad, la soberanía alimentaria, la imprescriptibilidad de los delitos ambientales o los propios derechos de la naturaleza. Dios, ¡sálvanos de las novelerías de los ecologistas infantiles!



[1] “Acción Ecológica rechaza posibilidad de incrementar transgénicos en Ecuador”, Ecuadorinmediato, 3 de septiembre de 2012,  http://www.ecuadorinmediato.com/index.php?module=Noticias&func=news_user_view&id=180718&umt=accif3n_ecolf3gica_rechaza_posibilidad_de_incrementar_transge9nicos_en_ecuador

martes, 4 de septiembre de 2012

¿Montecristi vive?


El gobierno toca a rebato contra una Constitución que le resulta cada vez más incómoda

La Constitución de Montecristi es sin duda la más avanzada que ha tenido el Ecuador, pues, para sólo citar algunos ejemplos, instaura el Estado constitucional de derechos y justicia y el Estado plurinacional, garantiza la separación de poderes y la despolitización de la justicia y los organismos de control, prohíbe el corporativismo en estos últimos, crea mecanismos para procesar las diferencias en democracia (como la "muerte cruzada" o la revocatoria de mandato), reafirma la laicidad del Estado, consagra al sumak kawsay como valor supremo, con todo lo que eso implica (una amplísima lista de derechos y garantías y la proclamación de la naturaleza como sujeto de derechos). Sin embargo, su aplicación ha sido azarosa y la hostilidad del gobierno de Rafael Correa en su contra no ha cesado de crecer, a tal punto que, como lo señala María Paula Romo, la Constitución de Montecristi está ahora herida de muerte [1].

No obstante, en sus inicios, la revolución ciudadana se asentaba en cinco pilares, de los que el primero era la revolución constitucional, presentada como urgente. El gobierno hizo todo por convocar lo más rápido posible a una Asamblea Constituyente y luego hizo campaña a favor de la Constitución que esta redactó. Pero, como ha advertido Alberto Acosta en reiteradas ocasiones, no es ningún secreto que en cuanto la Constitución de Montecristi fue aprobada por una amplia mayoría del pueblo, el gobierno empezó a considerarla cada vez más como una camisa de fuerza de la que trata incesantemente de zafarse. Los ataques contra la nueva Constitución han sido numerosos, pero nos limitaremos a los que nos parecen más sintomáticos de la esquizofrenia del gobierno.

El primer gran golpe asestado contra la Constitución fue la ley de minería, aprobada a finales de 2008, cuando la Constitución apenas tenía algunas semanas de vigencia. El gobierno obtuvo la aprobación de una ley que permitía la minería a gran escala, a pesar de que esta es inconstitucional, en virtud de los derechos de la naturaleza y los principios del sumak kawsay, consagrados en la Constitución. El doble discurso es evidente: el gobierno dice defender los derechos de la naturaleza, pero es el que firma el primer contrato de minería a gran escala. La única ventaja era que por lo menos el Estado se quedaba con la mayor parte de los beneficios de la extracción minera. Pero en las últimas semanas, frente a las quejas de una empresa minera canadiense de que las regalías del Estado son demasiado altas, el ministro de recursos no renovables ya anunció que propondrá cambios a la ley para favorecer a las transnacionales mineras.

Otro ejemplo de lo incómoda que le resulta a Correa la Constitución que él mismo defendió, es el irrespeto a la declaratoria constitucional del Ecuador como un Estado laico. En vez de ser un conspicuo defensor de la laicidad del Estado, como lo ordena la Constitución, el gobierno muestra poco interés por seguir las huellas de Alfaro, a quien, sin embargo, pretende emular. Por el contrario, no muestra interés en denunciar los varios convenios que el Ecuador suscribió con la Santa Sede y que son anticonstitucionales, como el convenio de fortalecimiento espiritual que las Fuerzas Armadas mantienen con el Vaticano y, sobre todo, el Modus vivendi. Además, el presidente deja que sus convicciones religiosas guíen sus decisiones públicas y no la ética laica que, según la Constitución, el Estado debe garantizar como fundamento del ordenamiento jurídico y el quehacer público [2].

Los ataques se volvieron más reiterados y virulentos en los últimos dos años. La consulta popular del 7 de mayo de 2011 fue el punto de quiebre. La consulta puso en duda la caducidad de la prisión preventiva (inscrita en la Constitución desde 1998 y, mucho antes, en el Pacto de San José), la separación de poderes y la despolitización de la justicia y los organismos de control (el presidente reconoció que iba a “meterle mano” a la justicia) y el principio anticorporativista según el cual los regulados no pueden ser los reguladores (la consulta proponía que el Fiscal general y el presidente de la Corte Nacional de Justicia formen parte del Consejo de la Judicatura). La cooptación de los organismos de control y la debilidad institucional del país impidieron a la Corte Constitucional defender estos principios básicos de la Constitución, situación agravada por la importancia que tiene la Corte en un Estado constitucional de derechos y justicia. La consulta popular fue el zafarrancho de combate con el que el gobierno llamó a sus partidarios a iniciar un ataque sistemático contra los principios básicos de la Constitución, lo que precipitó la salida de la última organización de izquierda autónoma que quedaba en el Movimiento PAÍS, Ruptura de los 25, y acentuó las divergencias con la oposición de izquierda que se reagrupó en la Coordinadora Plurinacional para la Unidad de las Izquierdas, liderada por Alberto Acosta. Tanto la Ruptura como la Coordinadora se presentan hoy día como alternativas electorales al Movimiento PAÍS, de cara a las elecciones de febrero de 2013.

El proyecto de nuevo Código penal es sin duda otro de los golpes mortales que el gobierno ha dado a la Constitución de Montecristi. Cediendo a las peores presiones socialcristianas (o queriendo anticiparlas), el gobierno redactó un proyecto de ley que es una verdadera oda al populismo penal y revela la falta absoluta de una política criminológica clara, de técnica jurídica y de dosimetría penal. Bajo el pretexto de la lucha contra la delincuencia, se quiere hacer creer que tipificar delitos que en realidad ya están contemplados en nuestra legislación penal (como el sicariato o el secuestro express, aunque no consten con esa denominación) y convertir cualquier comportamiento en delito permitirá reducir los niveles de inseguridad. Es decir que en vez de tener fiscales y jueces combatiendo la corrupción, luchando contra el crimen organizado o resolviendo los casos de delitos contra la vida (en los que hay una impunidad del 98% en el país), tendremos fiscales y jueces persiguiendo a mujeres que abortan, empleadores que no afilian a sus trabajadores al Seguro, personas que infringen los límites de velocidad, tienen servicio de cable pirateado o que incluso podan el árbol de su casa, y a quienes protesten contra el gobierno (mediante el delito de asonada, que sanciona a quienes, de manera tumultuaria, exijan a la autoridad el cumplimiento de sus funciones). En suma, este proyecto de ley contradice el principio de la intervención penal mínima del Estado, inscrito en la Constitución. Por el contrario, se busca hacer el uso máximo del poder punitivo del Estado.

El último ataque contra la Constitución fueron las declaraciones del presidente en la última sabatina, cuando calificó de novelería la prohibición constitucional del uso de organismos genéticamente modificados y la declaratoria del Ecuador como país libre de cultivos y semillas transgénicos. El presidente dijo arrepentirse de no haberse impuesto en el debate que sobre este tema se produjo en el buró político de Alianza PAÍS en tiempos de la Constituyente, para frenar esta novelería, defendida por Alberto Acosta, ecologista infantil recalcitrante. Parecen no bastarle las excepciones que establece la Constitución: “en caso de interés nacional”, el presidente puede pedir autorización a la Asamblea Nacional para introducir transgénicos en el país (art. 401). A más de atacar de nuevo las grandes innovaciones de la Constitución, Correa olvida que la Asamblea Constituyente tenía plenos poderes, lo que, según sus propias palabras, convertía a su presidente, Alberto Acosta, en el hombre más poderoso del país. Correa no tenía, pues, legitimidad para imponer su criterio a la Asamblea soberana.

¿Cuál será el próximo paso? ¿Declarar que la iniciativa Yasuní ITT también es una novelería de los ecologistas infantiles y que el tiempo y los recursos gastados en este proyecto estéril es todo culpa de Alberto Acosta? No debería sorprender. Correa ya anunció en repetidas ocasiones que si no se recolectaban los fondos previstos por el gobierno para el fideicomiso, el gobierno optaría por el plan B, que consiste en explotar el petróleo del Yasuní, no importa si con tal decisión se vulneran los derechos de la naturaleza y de los pueblos no contactados o la consulta previa, todos reconocidos en la Constitución.  De hecho, este plan B parece ser en realidad el plan A del gobierno, que promueve la iniciativa Yasuní ITT pero al mismo tiempo hace todo para que fracase. Contrasta con esta posición la propuesta de Alberto Acosta de elaborar un plan C, que consiste en llevar el tema del Yasuní ITT a consulta popular, y su compromiso de que, de ser electo presidente, no explotará el petróleo del Yasuní, haya o no dinero. De su lado, María Paula Romo propuso en la Asamblea que se suspenda la explotación petrolera en el Bloque 31, ya que se encuentra en un área protegida, y que se lo incluya en la iniciativa Yasuní ITT [3].

¿A qué se debe el ensañamiento del gobierno con la Constitución de Montecristi? En realidad, lo que hace la Constitución es establecer límites al proyecto autoritario del gobierno, basado en la concentración de poderes. Surge entonces una contradicción: a pesar de un discurso que se pretende progresista, el gobierno procura alejarse paulatinamente de los principios que defendió al comienzo y que lo llevaron al poder, . En términos más coloquiales, Correa y su gobierno son, según Alberto Acosta, como esos conductores irresponsables que ponen el direccional a la izquierda, pero luego giran a la derecha [4].




[1] Entrevista a María Paula Romo, El Comercio, Quito, 12 de agosto de 2012, http://www.elcomercio.com/politica/buenas-ideas-Constitucion-borde-desprestigio_0_753524708.html.
[2] Para mayor información sobre los ataques a la laicidad por parte del gobierno, ver mi artículo: “De la República del corazón de Jesús a… la República del corazón de Jesús (1860-2012). Laicidad y Revolución ciudadana”, http://alexismedinag.blogspot.com/2012/04/de-la-republica-del-corazon-de-jesus-la.html.
[3] María Paula Romo, "El Bloque 31 y el parque nacional Yasuní", 1 de ferbrero de 2012, http://paularomo.blogspot.com/2012/02/el-bloque-31-y-el-parque-yasuni.html.
[4] “Alberto Acosta es elegido candidato presidencial por las izquierdas”, Ecuavisa, 3 de septiembre de 2012, http://www.youtube.com/watch?v=cwlaDdyc4AA, 1:02-1:08.